V.O 270. LA INFANCIA

Desde el punto de vista creativo, la infancia ha sido siempre un lugar interesante al que mirar y desde donde mirar y, como no podía ser otro modo, el cine también se ha fijado en ella. 

Al fin y al cabo, es la etapa en la que nos comenzaron a suceder cosas y en la que empezamos a interpretar los acontecimientos que sucedían a nuestro alrededor, casi siempre con una mirada más ingenua, más inocente y más desprovista del corsé de lo políticamente correcto. Muchos creadores y creadoras han indagado en ello y han contado sus historias sobre la infancia -o desde los ojos de la infancia- con ejemplos ya clásicos de nuestro cine: Cría cuervos… de Saura, El Sur de Erice o la más reciente Barrio de León de Aranoa, por mencionar algunos títulos de una larga lista.

Pero hablar de la infancia o desde la infancia obliga al creador o creadora a mirar todos sus ángulos y, actualmente, la situación de la infancia en su conjunto no es buena. Fue Nelson Mandela el que dijo “No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad, que la forma en la que trata a sus niños…”; si tenemos a Mandela en cuenta, deberíamos de admitir que no lo estamos haciendo nada bien y que estamos fracasando estrepitosamente.

Hoy en día existen en el mundo 1.000 millones de niños y niñas que viven en situación de pobreza (600 millones de ellos en situación de pobreza extrema, esto es, que se apañan con menos de 1,25 dólares al día), una cifra enorme que supone casi la mitad de la población infantil mundial. Repito, casi la mitad de los niños y niñas del mundo viven en la miseria, 1 de cada 2, el 50%, como ustedes prefieran. La manera en la que esta pobreza se manifiesta se refleja de muchos modos: el hambre o la malnutrición, la falta de educación o de tan escasa calidad que no tiene ningún valor para la vida de los niños y niñas, la imposibilidad de acceso a un sistema digno de salud, la violencia, los abusos sexuales, la trata, el trabajo infantil, los matrimonios infantiles o la especial vulnerabilidad de este colectivo en catástrofes humanitarias como las guerras, los terremotos, las inundaciones… y, a veces, todo ello junto. La lista de desgracias -o mejor dicho, de incumplimiento de derechos- es amplia y la infancia siempre aparece como el colectivo más vulnerable y menos responsable de su situación.

Cuando pensamos en la pobreza infantil es casi automático visualizar imágenes de fuera de España. El cine ha reflejado algunos de los escenarios que mencionaba anteriormente, como la situación de los niños de la calle en India, en la película Salaam Bombay! de Mira Nair; la de los refugiados en el Kurdistán en Las tortugas también vuelan de Bahman Ghobadi; o el corto Binta y la gran idea del realizador español Javier Fesser, sobre las dificultades de acceso a la educación en Senegal. Y hay muchas más.

Sin embargo, y especialmente desde hace unos cinco o seis años debido a la crisis y a los recortes en servicios sociales, en España la realidad de la infancia es también vergonzante para los adultos y las diferentes administraciones públicas ya que uno de cada tres niños y niñas en nuestro país vive en riesgo de pobreza y exclusión. Retengan esta cifra en la cabeza cuando miren a un grupo numeroso de chavales -aunque estén riéndose o jugando-, piensen que un tercio de ellos puede vivir en la pobreza, una pobreza que les afecta en su presente y puede condicionar su futuro porque la pobreza, igual que la riqueza, se hereda.

Es cierto que no seremos, en la mayoría de los casos y afortunadamente, capaces de identificarlos, pero existe un colectivo de casi tres millones de niños y niñas que, en nuestro país, sufren privaciones severas en determinados ámbitos claves de sus vidas. Estamos hablando de mala alimentación que puede derivar en retrasos en el crecimiento e influir en su desarrollo escolar; menos oportunidades en el acceso a una educación de calidad ya que nuestro sistema no es totalmente gratuito, como el caso de las extraescolares, el refuerzo educativo o las excursiones; las consecuencias de un sistema educativo cada vez más segregado en el que empieza a haber colegios donde la mayoría de su alumnado pasa carencias básicas; menor acceso a la salud como visitas al oculista o al dentista; o vivir situaciones muy complicadas en sus hogares, donde todos los adultos pueden estar en situación de paro de más o menos larga duración, o con trabajos muy precarios donde pagar el alquiler o la factura de la luz puede llegar a ser tarea imposible.

Este tipo de situaciones también aparece en el reciente cine español, como la película Techo y comida de Juan Miguel del Castillo, que refleja las dificultades, mucho más comunes de lo que nos gustaría, del 53,3% de hogares con un único adulto a cargo de uno o más niños y niñas. Son lo que denominamos hogares monoparentales, siendo en su gran mayoría monomarentales (el 82%) puesto que, como en el caso de la cinta de Miguel del Castillo, la que está al frente del hogar es una mujer con un hijo de ocho años.

El que estas realidades cambien poco a poco depende de todos nosotros: debemos exigir a nuestros gobiernos que garanticen el acceso y disfrute de los derechos básicos a todos los niños y niñas, debemos involucrarnos personalmente en ello si queremos que estos cambios sucedan y, desde luego, el cine debe seguir mirando la realidad para contar historias, historias que a todos y todas nos gustaría que fuesen, en un futuro no muy lejano, mucho más felices y, por supuesto, mucho más justas.

 

Alberto Casado

Director de Campañas de Ayuda en Acción

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