V.O 276. NOVELAS ESPAÑOLAS
Literatura de cine.
Entre las muchas virtudes que nos regala a sus lectores Versión original destaca la de convencernos de que el cine, desde su creación hasta nuestros días, inunda y contamina los más recónditos rincones de la vida del hombre. Basta una ojeada a la fértil diversidad de los monográficos de la revista para convenir que el cine ha tocado con su mirada mágica todos los temas esenciales del dolorido sentir humano. Pero no se trata solo de que el cine, como nuevo arte, exprese con su lenguaje específico su particular visión del mundo, sino también de que, como arte añadido, tardío y beneficiario de la larga tradición de otros lenguajes artísticos, interprete un diálogo ejemplar con diferentes artes, que deja en un juego de niños el precedente insigne del barroco.
El cine se ha nutrido y se nutre de todo lo que le ha hecho crecer en su ya centenaria vida; es omnívoro, y entre sus bocados exquisitos la literatura ocupa un lugar destacado, con la novela a la cabeza, por razones obvias de consanguinidad expresiva. En un reciente e interesantísimo ensayo del profesor gaditano Manuel Ramos Ortega, titulado Historias contadas. La narratividad en el cine y en la novela (2016), se pone de manifiesto cómo la novela y el cine se complementan y se necesitan.
Los ejemplos de novelistas ganados por el cine son múltiples y los de cineastas ganados por la literatura nada escasos, y esto cuando novelista y cineasta no son la misma persona, que ejemplos hay de ello. De la naturalidad de esta relación dan cuenta casos recientes como el de Javier Cercas en su Monarca de las sombras, novela en la que aparece su amigo David Trueba, que es novelista y realizó la versión cinematográfica de Soldados de Salamina, en funciones de cineasta, como autor del documental que el autor-narrador está llevando a cabo sobre su tío abuelo, Manuel Mena, protagonista de la novela. De la atracción de Cercas por el cine no caben dudas, repárese en que su tesis doctoral versó sobre la obra literaria de Gonzalo Suárez, a la sazón también director de cine.
La cosecha de estas relaciones fructíferas a lo largo del último siglo no es magra, pues, en fin de cuentas, la relación del cine y de la novela, o del cine y la literatura, es natural y tan antigua como el cine mismo. De la salud espléndida de estas relaciones da cuenta con fundamento este número de Versión original, que vuelve a dar en el clavo oportunamente al elegir para la conmemoración de su XXV aniversario un monográfico dedicado a novelas de cine.
En su estupenda editorial para el número 250 de la revista, dedicado a las películas favoritas del cine español de los más de cincuenta colaboradores del citado número, Miguel Ángel Lama utilizaba como reóforo inteligente la reciente novela de Marsé, otro apasionado del cine, Esa puta tan distinguida, en la que el narrador juega con su asistenta a lo que llama “acertijos de celuloide”, que no son sino un ejemplo más, ahora ya descarado en la madurez libérrima del escritor, de la contaminación cinematográfica de que adolece toda su narrativa.
Aquel noble trasiego entre lectores y escritores, por un lado, y cinéfilos y cineastas, por otro, del que hablaba Lama a propósito del número de marras de Versión original, se acrecienta y fertiliza en este nuevo número especial de la revista. Es emblemático y significativo -y nada casual- que estas bodas de plata de la revista -una longevidad ejemplar y sanísima- se festejen con un monográfico en que se pone de relieve la importancia que tienen la literatura y la novela en el cine. No creo pues que sea baladí en los tiempos que corren para el cine y para la literatura que los promotores de Versión original hayan elegido como tema de tan señalado monográfico las relaciones entre literatura y cine en España, con una atención particular al papel de los personajes femeninos principales en las respectivas películas, que han de ser versiones o adaptaciones de obras literarias. Se trata por tanto no solo de una mirada especial y concreta al abundoso territorio del cine hecho a partir de un texto literario previo, sino también de una llamada de atención sobre la importancia del relato, del texto literario, en la compleja y poliédrica creación que es una película; así como sobre el papel de lo femenino en ese artefacto narrativo-visual que llamamos cine (repárese en el caso modélico de la citada Soldados de Salamina).
En la relación de casi cuarenta películas comentadas en este número de Versión original el lector encontrará ejemplos diversos de las posibilidades múltiples que el trasiego entre cine y literatura nos depara: desde el choque inevitable de lenguajes narrativos, hasta el acorde asombroso o la recreación lograda, que de todo hay. No se trata de una selección que garantiza la adaptación ejemplar del texto literario, sino que, por el contrario, se trata de una selección un tanto azarosa que evidencia las dificultades y retos, los logros y débitos que el cine nos regala como resultado de su bulimia literaria. Además, en muchos casos, cuando el autor está o estaba vivo en el momento de la adaptación cinematográfica colabora en el guión de la película o establece un diálogo constructivo con el director. Son muchos los ejemplos entre las películas seleccionadas en los que el lector atento puede tirar del hilo y rastrear huellas abundantes de fructíferas colaboraciones y trasvases creadores, de los que solo apuntaremos algunos casos destacados. Valga decir que es un acierto que el monográfico se encomiende a la protección de Cervantes, de manera que ya en portada aparece el Don Quijote de Orson Wells, de 1922; disponiendo a continuación la entrevista de José María Clemente a Manuel Gutiérrez Aragón, a la sazón también novelista, titulada “El Quijote que adaptó a Don Quijote”; y dedicando más adelante una entrada al Don Quijote de Kózintsev (1957). Y ya se sabe: quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
Entre los títulos reunidos en este número 257 de Versión original dedicado, en el marco ya referido, a “novelas españolas” (aunque no todos los textos sean estrictamente novelas), el lector encontrará, por un lado, versiones, adaptaciones o recreaciones de clásicos poderosamente arraigados en el imaginario del espectador, como el citado Don Quijote, Platero y yo, Lázaro de Tormes, Las inquietudes de Shanti Andía, Fortunata y Jacinta, La Regenta, Marianela, Tristana, El abuelo, Los pazos de Ulloa, las Sonatas, El bosque animado (del gallego Fernández Flórez) o Bodas de sangre (adaptada en La novia); a los que hay que añadir, por otro lado, nuevos clásicos más estrictamente contemporáneos pero no menos arraigados en el espectador, como son Los santos inocentes, El tesoro, La guerra de papá (basada en El príncipe destronado. Repárese en que estas dos últimas películas son adaptaciones de Mercero de textos de Delibes), Nada (realizada, al poco de publicarse con gran suceso la novela, por el gran Edgar Neville) o Tiempo de silencio. A estos títulos se añaden otros no menos afamados de autores coetáneos definitivamente ya consagrados, como son los casos de Plenilunio de Muñoz Molina, La ciudad de los prodigios de Mendoza, La pasión turca de Gala, El camino de los ingleses del malagueño Antonio Soler, el citado Soldados de Salamina, La voz dormida de nuestra añorada Dulce Chacón, o los Alatriste y Territorio comanche de Pérez Reverte.
Además, la variopinta cosecha de este monográfico recoge otros títulos que también dan ejemplar testimonio de las citadas relaciones entre cine y literatura y son creaciones de quienes están contaminados por el cine sin remedio; véanse, entre otros casos, los ejemplos de Juan Madrid, autor respetadísimo de novelas negras y afamado guionista, con sus Días contados; o el espléndido El viaje a ninguna parte del gran Fernando Fernán Gómez, autor de la novela, director de la película y actor en la misma.
Incluso el elenco nos regala a veces ejemplos en los que la versión cinematográfica rescata o populariza la novela, como en el caso de Los atracadores de Tomás Salvador, novela de 1955, adaptada por Rovira Beleta en 1962; o La carpa, novela corta del excelente Daniel Suerio, que el propio autor y Mario Camus adaptarían en el guión de Los farsantes, ópera prima de Camus (adviértase que también Sueiro fue el guionista de la primera película de Saura, Los golfos de 1959, y que otras obras suyas beneficiaron películas de Basilio Martín Patino o de Juan Antonio Bardem); de La playa de los ahogados del gallego Domingo Villar; o de Vida/Perra adaptación de la novela La vida perra de Juanita Narboni del tangerino Ángel Vázquez; o de Alacrán enamorado, novela de Carlos Bardem de 2009; o de Palmeras en la nieve, primera novela de Luz Gabás de 2012; o de la primera novela de Elvira Lindo, tras sus éxitos iniciales con las series infantiles de Manolito Gafotas y Olivia, El otro barrio, de 1998 (nótese que Elvira Lindo es la autora del guión de Plenilunio, basada en la novela de su marido Muñoz Molina); o bien el caso singular de Arrugas, que adapta el cómic homónimo (2007) de Paco Roca, quien colabora en el guión. Bien es verdad que la palma en este capítulo que comentamos, en el que la película rescata o populariza la novela, se la lleva Raza, la más que mediocre novela de Franco, escrita al final de la guerra civil para mayor gloria de la ideología fascista, y que el dictador firmara con el seudónimo de Jaime de Andrade (no deja de tener gracia que el propio Franco censurara su texto imponiendo una nueva versión cinematográfica estrenada en 1950).
En fin de cuentas, las películas reunidas construyen un catálogo que ejemplifica suficientemente ese fértil diálogo creativo entre cine y literatura y, aunque atestigüen una manifiesta e inevitable desigualdad en sus resultados, corroboran la relación natural que la literatura y el cine tendrán mientras vivan, en una suerte de fagocitosis siempreviva, en la que no siempre, como hemos visto, gana el cine ni el texto literario conserva siempre su lustre.
José Luis Bernal Salgado