V.O 286. el amor más allá de la muerte
El cine tiene la capacidad de traer del más allá a la persona fallecida y hay veces en las que solo necesita del anhelo de un amante para obrar este milagro. Así lo demuestra el realizador británico Steve McQueen en Viudas (Widows, 2018), su última película. La añoranza de la presencia de su difunto marido que los compases de una canción despiertan en la inconsolable Verónica (Olivia Davis) es suficiente para hacer que Harry (Liam Neeson) regrese unos instantes con el único fin de abrazarla. Antes de asistir a la tragedia que desencadena la trama, el director ya dedicó la primera escena a presentar el amor que existe entre ellos mediante un simple despertar perezoso y mudo en el que el encuentro de sus miradas transmite la felicidad compartida.
Steve McQueen (Londres, 1969) cuenta que conoció la historia de Viudas cuando a la edad de 13 años vio con su madre una serie de ITV con el mismo título. Sus protagonistas eran cuatro mujeres a las que todo el mundo les decía que no eran aptas, pero que terminaban saliéndose con la suya ideando y ejecutando un plan inaudito. Como quienes le juzgaban por su apariencia también le decían que era un crío incapaz, esta historia de rebeldía y de superación le enganchó en aquel momento y su recuerdo ha hecho que décadas después la trasladara a la gran pantalla. En su versión cinematográfica el guión, coescrito junto a Gillian Flynn, tiene casi el mismo argumento, esta vez ambientado en un lúgubre y oscuro Chicago que sustituye a los suburbios de Londres, y, sobre todo, persigue el propósito de agitar conciencias con los temas que invariablemente aparecen en sus filmes: la corrupción, la violencia, la lucha de clases, la desigualdad, el duelo y el dolor.
Hace exactamente cinco años Steve McQueen era una de las grandes promesas del nuevo cine británico que llegaba al Festival de Toronto acaparando todos los focos de la industria y de la crítica. Se había hecho un nombre entre la cinefilia europea gracias a la emotividad y a la dureza de Hunger (2008) y Shame (2011). Para su debut en Estados Unidos el director había aceptado un encargo y un guion ajeno. 12 años de esclavitud viajó hasta Canadá obteniendo el premio del público y convirtiéndose en la gran favorita al Oscar, premio que acabaría ganando meses después. Los que entonces le acusaron de haberse vendido al sistema tendrán ahora más argumentos después de ver su cuarta película. Tras una sequía de un lustro, McQueen ha vuelto con un guiño al thriller de la década de los años setenta, un género que se puso de moda y por el que muchos sentimos cierta debilidad porque se atrevió a contener un mayor nivel de violencia y de realismo al tiempo que adoptó una apariencia más moderna. El realizador inglés ha cambiado a su actor fetiche, Michael Fassbender, por una Viola Davis -siempre genial- que encabeza un reparto increíble. En él destacan una sorprendente Elizabeth Debicki en el papel de una mujer maltratada, y Daniel Kaluuya como un violento pendenciero en las antípodas de su personaje en Déjame salir (Jordan Peele, 2017). El thriller es entretenido y brillante gracias a las siempre afortunadas decisiones visuales en su elección de planos y de movimientos de cámara.
McQueen se acerca a sus temas predilectos con una mirada incisiva y honesta. En sus cuatro películas narra situaciones terribles que tienen en común el discurso sobre la ausencia de libertad: la falta de derechos de los presos en Hunger; la esclavitud que supone una adicción y la dictadura que instaura en la vida de su víctima en Shame; la sumisión, las vejaciones y la explotación de los siervos en 12 años de esclavitud; y la desigualdad de sexos y la dependencia en la que se intenta mantener a las esposas en Viudas. Al director no le basta con contar estas tragedias, su objetivo es poner al público en la piel del personaje. Para ello crea una atmósfera sobrecogedora que transmite a la sala el infierno de las protagonistas y la reviste de una densidad que agota poco a poco al espectador. Si bien se limita a ser exhaustivo y realista en aquello que muestra, no da explicaciones y confía en la inteligencia de los destinatarios de sus obras. McQueen aboga por el poder de la imagen para tratar de hacernos reflexionar sobre la discriminación, la desigualdad, la explotación laboral, la violencia de género y la violación de los derechos humanos. La solidaridad femenina que reivindica en su último filme es algo que escasas veces se ve en la pantalla y aún menos con un hombre al otro lado de la cámara. Hay, por tanto, una perspectiva de género bien armada antes de comenzar a rodar, así como un componente de lucha étnica por la igualdad y una potente denuncia de la corrupción.
Steve McQueen es uno de los cineastas más interesantes en la actualidad y el hecho de que haya logrado serlo con su escasa y atractiva filmografía nos obliga a seguir su trayectoria en Versión Original. Que disfruten con la lectura.