V.O 292. Gilipollas

Una de las principales bazas de la que el cine se ha valido para lograr su popularidad es la fascinación que provocan sus personajes más icónicos. Todos podríamos elaborar rápidamente una lista de mujeres y hombres bellos, inteligentes, osados y carismáticos que han sido, son y serán objeto de infinidad de conversaciones y de escritos. Sin embargo, en las siguientes páginas de nuestra revista queremos dar visibilidad a otros individuos que, sin despertar la admiración de aquéllos, también han conseguido entretener, interesar e incluso, a veces, hacer reflexionar a los espectadores. Son los papanatas, los estúpidos, los boludos, los cretinos, los lelos, los tontainas, los chorras, los imbéciles, los majaderos, los fantasmas, los zopencos, los insensatos, los necios, los anormales, los mentecatos, los engreídos, los bobos, los machirulos y los gilipollas que, poniéndose el mundo por montera, han protagonizado planos, escenas y secuencias.
Por tanto, estas son las películas con las que tratamos de constatar cómo la imbecilidad humana ha dejado su huella en la gran pantalla:empezamos con los dos personajes femeninos de Súper empollonas (2019), de Olivia Wilde, en la que un par de alumnas modélicas, que justo antes de graduarse descubren que han estado haciendo el gilipollas al consagrar sus vidas al estudio, tratarán de resarcirse lanzándose a la que esperan que sea una noche de desenfreno; entre un buen puñado de gilipollas, Airbag (1997), de Juanma Bajo Ulloa, nos muestra al más profesional de todos ellos, Pazos, interpretado de manera magnífica por Manuel Manquiña; en La cena de los idiotas (1998), de Francis Veber, cinco gilipollas organizan veladas a las que invitan a pobres desgraciados con el propósito de tener a alguien de quien burlarse; La odisea de los giles (2019), de Sebastián Borensztein, cuenta la historia de un grupo de amigos lo suficientemente gilipollas como para pretender que, por sí solos, pueden luchar contra los abusos que sufre la clase obrera; Hacia rutas salvajes (Into the Wild) (2007), de Sean Penn, narra la gilipollez que asalta a un muchacho acomodado de Virginia, de gran inteligencia y con un prometedor futuro, cuando decide donar todo lo que posee a una ONG y desaparecer en la naturaleza hasta morir de hambre; en 45 años (2015), de Andrew Haigh, Charlotte Rampling es capaz de reflejar en un solo gesto lo gilipollas que ha sido al pensar durante tanto tiempo que debía sentirse afortunada por el marido con el que comparte su vida y al haberse desvivido por celebrar el 45 aniversario de su matrimonio; Ese oscuro objeto del deseo (1977), de Luis Buñuel, tiene por protagonista a un auténtico gilipollas: un caballero burgués, acomodado y egoísta, encarnado por Fernando Rey, cuya obsesión enfermiza es poseer sexualmente a la joven Conchita, cuya personalidad se descompone mediante la alternancia de Carole Bouquet y de Ángela Molina en su interpretación; en El esqueleto de la Señora Morales (1960), de Rodelio A. González, Doña Gloria (Amparo Rivelles) es una gilipollas amargada que ensombrece, anula y destruye las vidas de los que la rodean; Los invasores (1941), de Michael Powell, refiere la historia de la desesperada epopeya de una patrulla de gilipollas que abandonan su submarino en las costas canadienses para quedarse a merced de los elementos en un inmenso país enemigo; La muerte de Stalin (2017), de Armando Iannucci, representa en su escenario un grotesco espectáculo de dudas, de sospechas recíprocas, de amagos de delación y de carreras por alzarse con el poder, en el que a los contendientes lo que menos les preocupa es llevarse el premio al más gilipollas; en Abbott y Costello contra los fantasmas (1948), de Charles Barton, las gilipolleces de estos conocidos cómicos ponen a prueba a todo su elenco, incluido al veterano actor Bela Lugosi; Las vacaciones de Mr. Bean (2007), de Steve Bendelack, nos recuerda a uno de los gilipollas más entrañables y queridos de la ficción, del que ya difícilmente puede exiliarse el cómico británico Rowan Atkinson; en Vaya par de idiotas (1996), de Peter y Bobby Farrelly, se hace difícil discernir quién de sus dos protagonistas es el más gilipollas; Ventajas de viajar en tren (2019), de Aritz Moreno, salva la complicación de mezclar con acierto los relatos de variopintos personajes que comparten una afección, la gilipollitisIdiocracia (2006), de Mike Judge, es una obra que se revela engañosa, entre otras razones, porque tras las risas y su catálogo de gilipollas, se adivina un trasfondo amargo y deprimente. A través del documental Mi enemigo íntimo (1999), de Werner Herzog, se intenta homenajear a Klaus Kinski exhibiendo el lado más humano que ocultaba uno de los mayores gilipollas del cine contemporáneo; Lazzaro feliz (2018), de Alice Rohrwacher, ilustra la bondad de un hombre sin malicia, un santo laico, inocente y gilipollas; Velvet Buzzsaw (2019), de Dan Gilroy, satiriza el mundo del arte, donde abundan gilipollas ambiciosos y faltos de escrúpulos; en Quemar después de leer (2008), de Joel y Ethan Coen, parece evidente que ambos hermanos buscaron una completa galería de gilipollas, sin que les importara que ninguno saliera indemne; El club de los buenos infieles (2017), de Lluís Segura, cuenta con unos actores que están impecables y que destilan credibilidad en sus respectivos roles, consiguiendo que los espectadores sientan verdadera vergüenza ajena ante tanta gilipollez; en El gran Lebowski (1998), de Joel Coen, “El Nota”, un gilipollas supino, no deja de cruzarse con personajes que le superan en coeficiente demencial; Supersalidos (2007), de Greg Mottola, mantiene los clichés del género: planos de escotes y tangas, chistes de pollas de dos horas y adultos que parecen gilipollas; No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas (2016), de María Ripoll, es una comedia sobre una mujer que no sabe lo que desea, que ignora a qué le conduce su vida y que no para de complicarse la existencia por gilipolleces; 7 años (2016), de Roger Gual, muestra el proceso por medio del que la obsesión por el dinero y la ambición desmedida terminan por volverte gilipollas; en Cosas de hombres (2002), de Dylan Kidd, el muy gilipollas de su protagonista pretende enseñar a su sobrino todo lo que sabe sobre cómo seducir a las mujeres; Escuadrón suicida (2016), de David Ayer, presenta a un grupo de personajes desconocidos, indiferentes y, cómo no, gilipollas, que se juegan la vida para reducir diez años sus penas de cadena perpetua; y, finalmente, II Casanova di Federico Fellini (1976) dedica todo su metraje a un tipo, cuyo maquillaje resalta su ridiculez, que se ha impuesto la obligación de copular cientos de veces, sin duda uno de los grandes gilipollas de la historia del cine. Así que, entréguense a las gilipolleces y disfruten de la lectura.
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