V.O 295. Distopías

El tipo de sociedad, el régimen político, la importancia de la tecnología, el modelo económico, los factores medioambientales, el papel de la religión, los valores éticos y la instrumentalización de la psicología son las variables que normalmente hay que dejar definidas cuando se proyecta una realidad distópica. En mayor o menor medida, todas estas cuestiones aparecen en las películas comentadas en este ejemplar de Versión Original. Junto con la sospecha de que algunos de los peligros apuntados en sus páginas hayan dejado de ser una amenaza para convertirse en algo real, su lectura ofrece una clara conclusión: al adaptar novelas y relatos o al imaginar mundos por venir, todos estos filmes reflejan las preocupaciones de sus respectivas épocas y constituyen una llamada de atención sobre los riesgos que en cada momento se han asomando por el horizonte.

Así, El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) nos presenta el Centro Vertical de Autogestión, un lugar negativo, en el que la realidad se desarrolla de manera contraria a los preceptos de la sociedad utópica o ideal. La sonámbula (Fernando Spiner, 1998) se podría agrupar con aquellas películas argentinas, realizadas a fines de la década de los noventa, que se integran en el género de la ciencia ficción científica distópica o de la novela histórica alternativa. En Interstellar (Christopher Nolan, 2014), el cambio climático y la escasez de alimentos han propiciado la implantación de un sistema político, casi prehistórico, que desconfía de la ciencia y en el que los viajes espaciales han sido anulados. Dos constantes de la distopía, el viaje al futuro y la sociedad alienada, encuentran un excelente acomodo en los paisajes y en las gentes de Bacurau (Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, 2019), donde la naturaleza ha ido moldeando los caracteres de unos habitantes siempre olvidados por el gobierno de la nación. Buscando un amigo para el fin del mundo (Lorene Scafaria, 2012) es una película que se inscribe en el grupo de esas producciones modestas que tratan el elemento fantástico como un pretexto para el desarrollo de personajes aferrados a la realidad, en este caso, el encuentro y la conexión de dos individuos solitarios antes del inminente final. Echando mano de ciertos recursos propios de los relatos distópicos, El cuento de la doncella (Volker Schlöndorff, 1990) nos muestra un mundo futuro que, sin distanciarse demasiado del actual, se concibió para denunciar situaciones reales que existían en el Estados Unidos de inicios de los ochenta. La vigencia de Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966) resulta innegable, pues el abuso de los antidepresivos, el consumo de la tecnología audiovisual y la censura cultural no pueden estar más presentes en la actualidad. 2024: Apocalipsis nuclear (L. Q. Jones, 1975) es una valiosa película de ciencia-ficción posapocalíptica, a la que el tiempo ha convertido en un filme de culto, que ofrece una interesante distopía dividida en dos espacios: el rudo salvajismo del mundo de arriba y la falsa felicidad del mundo de abajo. Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978) arranca con una premisa aterradora que dará lugar al alzamiento del IV Reich: asesinar a noventa y cuatro funcionarios públicos de sesenta y cinco años durante un plazo de dos años y medio, quedando fijado el calendario de las ejecuciones. En The Atomic Cafe (Jayne Loader, Kevin Rafferty, Pierce Rafferty, 1982), el posible holocausto nuclear de una guerra total con bombas H es el producto que se vende al público norteamericano por medio de los mecanismos habituales a través de los que se fomenta el consumo. Un mundo feliz (Leslie Libman y Larry Williams, 1998) es otra película que recrea un universo distópico sin sentimientos ni pasiones, una nueva sociedad, situada en el Londres del futuro, donde la conquista de la estabilidad ha requerido la instauración de un estricto sistema de castas. Los coches que devoraron París (Peter Weir, 1974) se convierte en un valiente mensaje de alerta, en una actualización permanente de los peligros del aislacionismo, de las autarquías extremas y de la negativa a adaptarse a los avances sociales y de convivencia. Por desgracia, la distopía de Desafío total (Paul Verhoeven, 1990) no es una mera invención, ya que el despiadado sistema económico que nos muestra hace tiempo que llegó para quedarse. No hay Gran Hermano en Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973), ni tampoco drogas narcóticas o brigadas que prendan fuego a los libros; no hay Alfas, ni Ministerio de la Verdad, ni “lavado de cerebro”, pero lo que sí hay es un abuso del hipercapitalismo que ha logrado crear una población inope y miserable. Moebius (Gustavo Mosquera, 1996) se afirma en la distopía por su naturaleza anticipatoria desde lo tecnológico, lo científico y lo social, pero también en su capacidad para reflexionar sobre la turbulencia política de la Argentina del último tercio del siglo XX. Resulta sorprendente el vaticinio de La muerte en directo (Bertrand Tavernier, 1980), ya que, con bastantes décadas de antelación, anticipó el fenómeno de la telerrealidad y previó las consecuencias de utilizar la televisión como medio para filmar las miserias personales de los demás. Gattaca (Andrew Niccol, 1997) trata de recrear las condiciones de vida de la sociedad en un futuro no muy lejano, donde la mayoría de las personas nacen después de haber sido sometidas a procesos de manipulación genética. Perdona que te moleste (Boots Riley, 2018) nos sitúa en una Norteamérica muy próxima, casi la de ahora, con unas diferencias sociales cada vez mayores y con unos entrepreneurs erigidos en dioses que rescatan a una parte de la sociedad de las penurias del capitalismo. En ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988) encontramos una sociedad ficticia donde la coexistencia de humanos y toons no es ni de lejos perfecta, pues los personajes animados viven subyugados al mundo del entretenimiento de los humanos. Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015) elabora una historia ambientada en un mundo donde todo aquel que no tiene pareja es transformado en un animal de su elección. 1984 (Michael Radford, 1984) narra la pesadilla de un estado totalitario regido por un gobierno liderado por un siempre presente y vigilante Gran Hermano, controlador del pensamiento, censor de cualquier manifestación de placer y cercenador de la libertad de los ciudadanos. La fuga de Logan(Michael Anderson, 1976) plantea un futuro donde, a cambio de una existencia llena de goces y deleites, la vida de cada persona no puede extenderse más allá de los 30 años de edad. El mundo de Rompenieves(Bong Joon-ho, 2013) quedó totalmente congelado tras un fallido experimento científico que trató de reducir el impacto del calentamiento global, prácticamente ya no existe vida sobre el planeta y la que hay circula a gran velocidad en un tren que nunca se detiene. Brazil (Terry Gilliam, 1985) presenta una opresiva sociedad de individuos reducidos a simples cifras anónimas que, bajo una apariencia de absoluta normalidad, son barajadas aleatoriamente por un sistema opresor al que nada se le escapa. En Psiconautas, los niños olvidados (Pedro Rivero y Alberto Vázquez, 2015), un catastrófico accidente industrial ha provocado una terrible crisis medioambiental en un isla habitada por pintorescas criaturas obligadas a inhalar un aire irrespirable. La ciudad de los niños perdidos (Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet, 1995) es una historia, a caballo entre la ciencia ficción y la distopía, que conduce al espectador por un paseo melancólico en una ciudad oscura, húmeda y triste. Antz (Hormigaz) (Eric Darnell y Tim Johnson, 1998) entremezcla una trama amorosa con una descripción humanizada del funcionamiento de una colonia de hormigas, deslizando temas propios de las obras distópicas en su argumento y en sus imágenes. El Chicago futurista de Divergente(Divergent, Neil Burger, 2014) está dividido en cinco facciones, en cinco grandes sectores que son los sólidos pilares en los que se sostiene su sociedad. THX 1138 (George Lucas, 1971) presenta un mundo completamente tecnificado, centralizado y vigilado, en el que el amor es un sentimiento vedado que nunca puede ponerse de manifiesto. Dark City (Alex Proyas, 1998) nos descubre un submundo habitado por unos seres conocidos como «los ocultos» que tienen la habilidad de adormecer a las personas, así como de alterar a la ciudad y a sus habitantes. Lo que podemos leer en Dune (David Lynch, 1984) es la visión de un futuro violento, lleno de seres degradados, en el que cuatro planetas conforman la denominada cofradía espacial y se enfrentan por el dominio de la especia. Por último, Eva (Kike Maíllo, 2011)noscuenta cómo en un futuro, no muy lejano, nuestro planeta puede transformarse en un entorno híbrido de humanos y robots a su servicio, dibujando un devenir mejor del que suelen predecir la mayoría de las distopías.Asómense a posibles futuros, inquiétense lo menos posible y, sobre todo, disfruten de la lectura.

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