V.O 302. La Danza

Para el Conservatorio Profesional de Danza de Cáceres fue una sorpresa que los directores de Versión Original se pusieran en contacto con nosotros para ofrecernos colaborar con ellos en el ejemplar de su revista dedicado a la Danza. Nos dijeron que iba a ser el número 302 de su publicación y que lo harían coincidir con el mes en el que se celebra el Día Internacional de la Danza, razones más que suficientes para que aceptáramos de inmediato su invitación y para que ahora participemos con el editorial que abre este monográfico.

El 29 de abril de cada año se conmemora el aniversario del nacimiento en 1727 de Jean Georges Noverre, bailarín y coreógrafo que dejó un gran legado al mundo del ballet. Considero importante reflejarlo, porque uno de los principales objetivos de este mes de la Danza es que tanto profesionales como amateurs puedan poner en común y compartir experiencias, ideas, proyectos, así como construir nuevos senderos por los que camine nuestro arte, superando barreras culturales, políticas y morales a través de un medio de expresión y comunicación de índole universal. Desde mi punto de vista, este objetivo coincide también con el del arte cinematográfico, pues ambos llevan largo tiempo recorriendo un camino de ida y vuelta en el que profesionales de la danza como Mikhail Baryshnikov, Rudolf Nureyev, Tamara Toumanova, Antonio Ruiz Soler, Cristina Hoyos, Antonio Gades o Alexander Godunov, y coreógrafos como George Balanchine, Jerome Robbins o Roland Petit, se han integrado en el universo cinematográfico, al igual que lo han hecho en el mundo de la danza profesionales del cine como Moira Sheare, Patrick Swayze, Laura del Sol, Penélope Cruz, Concha Velasco o Carlos Saura.

Como todos los lectores saben, la historia del cine se inició el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Louis y Auguste Lumière realizaron la primera proyección pública de imágenes en movimiento. Sus primeras películas combinaban escenas de la vida cotidiana filmadas en exteriores y representaciones escenificadas rodadas en interiores. Curiosamente, justo un año después, en 1896, grabaron el cortometraje coloreado a mano Danse Serpentine, protagonizado por Loie Fuller, una bailarina norteamericana que se hizo muy conocida en Europa por sus innovadoras puestas en escena. Tal y como nos habla de ella Déborah Vukusic en La serpentina de Fuller: música, luz, color y movimiento, Loie Fuller fue una de las pioneras de la danza moderna que rompió e innovó dentro del mundo de la danza y del arte en general. Este atrevimiento y búsqueda de cambios también fueron compartidos por su coetánea Isadora Duncam y así se muestra en el filme de Isadora (loves of Isadora) de Karel Reisz de 1968, reflejado en este número de Versión Original a través de las palabras de María José Agudo.

Es fácil entender que la fascinación por el movimiento que deseaban capturar fue uno de los principales motivos que llevó a los inventores del cine a interesarse por la danza. Ese fue el inicio de una interesante hermandad que ha convertido al baile en el protagonista de innumerables películas de grandes directores. En 1927, cuando Al Jolson pronunció las primeras palabras en pantalla en la cinta El cantante de jazz, nació el cine sonoro y a la vez apareció uno de los géneros más populares del cine: el musical. Este género, que combina canto, música y baile, tuvo su apogeo desde los años treinta hasta finales de los setenta del siglo pasado, regalándonos verdaderas joyas del entretenimiento. Destacan las producciones de los estudios Warner, que le debe el éxito de sus cintas al talento de uno de los más grandes coreógrafos que ha dado el cine: Busby Berkeley, un genio que creaba coreografías con un estilo visual casi geométrico y que se convirtió en la figura del musical en la que se centra el artículo de Juan Manuel Corral sobre el filme Vampiresas (1935). Junto a Berkeley, es necesario mencionar a la pareja de oro del género musical: Fred Astaire y Ginger Rogers. Cada una de sus películas era una especie de escaparate desde el que se imponía el baile de moda. Su grandeza fue tal que el propio Fellini les rindió un homenaje en la cinta Ginger y Fred (1986), con Giuletta Massima y Marcello Mastroianni. La constante presencia del musical en el cine explica que en este ejemplar de Versión Original no falten algunas de las grandes obras del género: La diosa de la danza (Down to Earth, de Alexander Hall, 1947) por Raquel Abad, Los caballeros las prefieren rubias, de Howard Hawks, 1953) por Pedro García Cueto, y Melodías de Broadway 1955 (The Band Wagon, de Vincente Minnelli, 1953) por Valeriano Durán Manso, cinta esta última en la que deslumbra una de las grandes figuras del musical: Fred Astaire.

La idílica relación entre la danza y el cine hace presagiar un vínculo eterno que ha dado y seguirá dando grandes obras de arte. Entre ellas, se encuentran aquellas que han recreado elementos propios del ballet clásico, contando para ello con primeras figuras de la Danza Clásica, como Leonide Massine, Moira Shearer, Mikhail Baryshnikov, y que en este número están presentes a través de las palabras de María Medina en Las zapatillas rojas (The Red Shoes, de Michael Powell y Emeric Pressburger; 1948) y de Blanca Rodríguez en Paso decisivo (The Turning Point, de Herbert Ross; 1977).

Por otra parte, en este monográfico también encontramos la relación de la danza y el cine que ha ayudado a dar a conocer a grandes figuras de la Danza Española y del Flamenco a nivel internacional. Así lo demuestran el texto de Pedro Triguero-Lizana sobre Los Tarantos (Francisco Rovira Beleta; 1963) o la película Luna de miel (Honeymoon, de Michael Powell; 1969), donde Antonio “El bailarín” tiene un papel protagonista y el tema de la danza hace de nexo de unión en la trama del argumento. Dentro de este bloque no se puede obviar la figura del cineasta Carlos Saura, presente en este número 302 de Versión Original en las palabras de Luis Pablo Hernández al analizar su obra Tango, no me dejes nunca de 1998, si bien debe resaltarse que Carlos Saura ha sido el director que, junto al bailarín Antonio Gades, ha llevado a cabo una de las grandes trilogías del flamenco: Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El Amor Brujo (1986), con reconocimiento a nivel internacional e incluso siendo Carmen premiada en Cannes y seleccionada para el Óscar.

En las dos décadas que llevamos del siglo XXI la relación entre la danza y el cine ha proliferado. A través de la gran pantalla y de la mano de grandes directores, importantes bailarines y coreógrafos del mundo de la danza han tenido acceso a un mayor número de espectadores. Es el caso de algunas de las grandes obras cinematográficas incluidas en este ejemplar: la pluma de Manuel Pozo se detiene en Pina, película de Wim Wenders del año 2011, que es un documental de gran valor y que recrea la obra y la percepción de los que trabajaron con Pina Baush, creadora de la Tanztheater Wuppertal. Lo mismo ocurre con otros filmes realizados en el siglo actual y que versan sobre la vida de primeras figuras del ballet clásico: Yuli, dirigida por Iciar Bollaín en el 2018, nominada en varias categorías a los premios Goya y presente en el texto de Ángela Recuero, hace un recorrido por la vida del bailarín Carlos Acosta; Leonardo Brandolini habla sobre El bailarín (The White Crow, de Ralph Fiennes; 2018), que recupera la figura de Rudolf Nureyev, uno de los bailarines más grandes del ballet clásico; y Pepe Alfaro escribe sobre Dancer, filme de Steve Cantor de 2018, cuyo argumento gira en torno a la figura de Sergéi Polunin, quien se convirtió en la persona más joven en lograr ser el primer bailarín del Royal Ballet.

No podemos olvidar que en estas dos décadas también han surgido películas con diferentes interpretaciones y visiones del mundo de la danza, unas más positivas y otras menos, que igualmente concurren a este monográfico a través de los textos de Diego J. Corral sobre Cisne negro (Black Swan,  de Darren Aronofsky; 2010), de José Manuel Rodríguez Pizarro sobre El bailarín del desierto (Desert Dancer,  de Richar Raymond; 2015) o de Alfonso Pérez Martín sobre Solo nos queda bailar (Da cven vicekvet, Levan Akin; 2019).

Hasta aquí podemos contar, pues en la actualidad la COVID-19, la pandemia que asola el mundo en estos momentos del siglo XXI, nos tiene absortos en otras cuestiones, ya que, por mucho que el arte sea un artículo de primera necesidad, si miramos hacia dentro, la sanidad es indispensable y las medidas de precaución siempre serán pocas. Dicho lo cual debo agradecer a esta publicación su interés y su empeño por sacar adelante este monográfico sobre la Danza y, aunque tengamos que bailar siguiendo todas las medidas higiénico sanitarias establecidas, sin poder disfrutar plenamente de este arte, sí podemos rememorar la historia de esta pareja tan particular cuya producción seguirá dando grandes obras de arte: El Cine y La  Danza – La Danza y el Cine.

Montserrat Franco Pérez

Directora del Conservatorio Profesional de Danza de Cáceres

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