V.O 306. Barcelona

HAY TANTAS BARCELONAS COMO QUERAMOS IMAGINAR

Decía André Bazin que “el cine es un organismo vivo que tiene que ir adaptándose al entorno dialogando con las artes y la historia”. Y Barcelona también es un organismo vivo: es una ciudad compleja, dinámica, abierta, que se funde con las artes y la historia. Se mueve, se construye, se transforma, se adapta, se destruye, se siente, se la ama y se la odia. Como el cine, este arte joven pero continuamente en crisis que, al igual que la ciudad, está en permanente evolución. Parafraseando la mítica cita de Kubrick, si Barcelona puede ser escrita o pensada, también puede ser filmada. Por eso no hay una sola película que represente a Barcelona, sino muchas, tantas como queramos imaginar. Es imposible intentar condensarla en una sola palabra, en un solo adjetivo, en una sola película. Barcelona es imprevisible, mestiza, moderna, modernista, multicultural, canalla, oscura, divertida, marginal, negra, obrera, burguesa, cruda, sórdida, quinqui… Ciudad eterna e inmortal gracias al cine, que así la ha reflejado con mayor o menor fortuna.

CON MÁS CARAS QUE LON CHANEY

Distintas cámaras han capturado las transformaciones sufridas por esta ciudad a lo largo de su historia y, al mismo tiempo, han contribuido a la construcción de un imaginario asociado a ella, influyendo en nuestra manera de percibirla y de recordarla. Por eso, es inevitable que al pensar en Barcelona nos venga en mente ese Romeo y Julieta gitano del Somorrostro de Los Tarantos de Francisco Rovira Beleta (1963); Jack Nicholson viajando en teleférico sobre el puerto en El reportero de Michelangelo Antonioni (1975); las persecuciones policiales en el extrarradio de una Barcelona preolímpica en Yo, el Vaquilla de José Antonio de la Loma (1985); el encuentro final entre Cecilia Roth y Toni Cantó en el cementerio de Montjuïc en Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar (1999); Romain Duris paseando por la Via Laietana en Una casa de locos de Cédric Klapisch (2002) y diecisiete años más tarde recorriendo casi las mismas calles en la serie Vernon Subutex de Cathy Verney (2019); el delgadísimo Christian Bale en el parque de atracciones del Tibidabo en El maquinista de Brad Anderson (2004); la multitudinaria orgía de El perfume de Tom Tykwer en el Poble Espanyol (2006); Manuela Velasco viviendo una auténtica pesadilla en la Casa Argelich de la Rambla Catalunya 34 de [•REC] de Jaume Balagueró y Paco Plaza (2007); Scarlett Johansson subiendo Las Ramblas con su cámara de fotos en Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen (2008); la premonitoria Los últimos días de Àlex y David Pastor con una epidemia que se extiende por todo el mundo (2013), o el atormentado Mario Casas de la serie El inocente de Oriol Paulo (2021). Hay cineastas que merecerían un capítulo aparte porque han construido su corpus creativo, ya sea en gran parte o en su totalidad, en la capital catalana o no muy lejos de ella, como Cesc Gay, Ventura Pons, Bigas Luna, Manuel Huerga, Mireia Ros, Marc Recha…

DEL BARRIO DE SANTS AL PLANETA JÚPITER 

Desde los inicios del cine, Barcelona no solo se ha convertido en un gran plató en el que se han rodado numerosas películas, desde producciones de Hollywood (como El fabuloso mundo del circo de Henry Hathaway con John Wayne y Rita Hayworth de 1964) hasta las cintas más vanguardistas (Pere Portabella es un claro ejemplo), sino que también ha sido pionera en otros aspectos que la han convertido en una potente industria cultural y tecnológica. Han sido muchas las personas que han hecho importantes contribuciones técnicas y artísticas, pero sus méritos no siempre se han reconocido justamente. Sin duda, una de las más significativas es Fructuós Gelabert (1874-1955). Después de asistir en 1895 a la presentación en Barcelona del kinetoscopio de Thomas Alva Edison y, un año después, a la primera proyección cinematográfica en el estudio fotográfico de los hermanos Napoleón de la rambla barcelonesa, quedó tan deslumbrado por la novedad que decidió dedicarse al cine y, gracias a sus conocimientos de mecánica y fotografía, en lugar de comprar una cámara a los Lumière se construyó la suya propia en el taller que su padre tenía en el barrio barcelonés de Sants. Llamó a su aparato “tomavistas” y, en 1897, fue el primero en realizar una película argumental en España: Riña en un café. Al mismo tiempo que inventaba nuevos dispositivos de proyección, realizó Choque de dos transatlánticos en 1898, la primera pieza de animación del cine español y, como director técnico y del laboratorio de la Empresa Diorama, rodó varias cintas de éxito que le permitieron crear la productora Films Barcelona y construir en 1908 los primeros estudios cinematográficos de la ciudad: Boreal Films.

Gelabert creía en el compromiso de desarrollar una industria cinematográfica en España, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial truncó sus planes. Cuando falleció, había rodado un centenar de películas. Muchas de ellas ni siquiera han logrado conservarse, pero su experiencia en la técnica del trucaje animó a su colega, el turolense Segundo de Chomón (1871–1929), a iniciarse en esta especialidad.

Fuertemente ligado a Barcelona, donde se instaló y empezó su actividad cinematográfica, Segundo de Chomón montó un taller para el coloreado a mano de películas y la traducción de rótulos de filmes extranjeros, trabajando más tarde como operador. En definitiva, un autor imprescindible para entender la historia y el recorrido de la industria del cine en Cataluña. El director de Viaje a Júpiter o El hotel eléctrico fue precursor de la técnica del stop-motion y padre de muchos de los trucajes usados en la actualidad que han sido fundamentales para el progreso del lenguaje cinematográfico. El 17 de octubre se cumplirán 150 años de su nacimiento. El Gobierno de la Generalitat de Cataluña declaró la efeméride conmemoración oficial, lo que le convierte en el primer cineasta que recibe este reconocimiento, y, por su parte, la Filmoteca de Cataluña dedicará una retrospectiva a este pionero del cine catalán el próximo mes de octubre.

BARCELONA TIENE NOMBRE DE MUJER, COMO ELENA, ROSARIO O PEPITA

La inventiva de Chomón y Gelabert fue de una modernidad apabullante e indiscutible, pero no fueron los únicos visionarios que convirtieron en películas todos sus sueños, ilusiones y fantasías imposibles. La historia del cine no sería igual sin la aportación de las mujeres. Ya en sus orígenes participaron mujeres de Barcelona, si bien muchas fueron silenciadas, ignoradas y a menudo ninguneadas. Todas se merecen un lugar destacadísimo por su contribución al nacimiento y al desarrollo del cine como arte. Una de ellas fue la barcelonesa Montserrat Casals Baqué, más conocida como Elena Jordi (1882-1891), la primera mujer que dirigió una película en España. El año 1918 fue clave en su carrera profesional. La también actriz, que ya había colaborado con Studio Films en algunas películas, empezó a trabajar en la producción y dirección de cine con Thais, en la que también interpretaba el papel protagonista. Según parece, el guion estaba inspirado en la ópera Thaïs de Jules Massenet, basada en una novela homónima de Anatole France. Se convirtió así en la primera directora de cine de la Península Ibérica. Desgraciadamente no se conserva ninguna copia de la cinta.

Rosario Pi (1899-1967) es otra gran desconocida a pesar de ser considerada como la primera mujer que dirigió cine sonoro en España. Nació en Barcelona cuando terminaba el siglo XIX. Animada por el ambiente libertario y feminista de los primeros años de la República, se instaló en Madrid, donde fundó en 1931 la productora Star Films junto con el mexicano Emilio Gutiérrez Bringas y el español Pedro Ladrón de Guevara. Pi, además de producir, empezó a escribir guiones en películas como Doce hombres y una mujer, de Fernando Delgado. En 1935, dirigió su primer largometraje, El gato montés, adaptación de una conocida opereta de Manuel Penella, abuelo de las actrices Emma Penella, Terele Pávez y Elisa Montes. Se trata de una versión bastante diferente del original. Narra una historia de amor gótico, con un final especialmente violento, en la que los personajes femeninos ejercen roles activos, se defienden de la violencia machista y -lo que representa una novedad- se atreven a expresar su deseo sexual. Muchos historiadores la sitúan como un antecedente directo de Abismos de pasión de Luis Buñuel (1954), quien tenía al filme de Rosario Pi entre sus favoritos.

A pesar de los años de penurias y miseria de la posguerra, Barcelona también vio nacer el cine de animación en el estado español. Garbancito de la Mancha, dirigida por José María Blay y Arturo Moreno en 1945, fue el primer largometraje de animación en color de Europa. Se estrenó el 23 de noviembre de dicho año en el cine Fémina de Barcelona y tuvo un gran éxito de crítica y público, también económico. Una de las personas que trabajó en él fue la barcelonesa Pepita Pardell, que entró a formar parte de la productora Balet i Blay cuando apenas tenía 16 años.

Jordi, Pi y Pardell todavía son grandes desconocidas a pesar de que fueron pioneras en todos los sentidos, mujeres polifacéticas, valientes, tenaces y creativas. Las tres hicieron grandes aportaciones a la historia del cine, pero fueron poco valoradas en su momento. Por ello es tan importante rescatar, reconocer y recordar su obra para que no caigan en el olvido. Deben de ser un ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de cineastas.

BARCELONA, UNA HISTORIA DE AMOR

Tampoco debe olvidarse que Barcelona y el cine siempre han mantenido un idilio único, especial, permanente y fructífero a pesar de las múltiples vicisitudes que han tenido que sortear a lo largo de casi 126 años. Solemos pensar en Barcelona como un magnífico escenario para rodar películas, y así ha sido, lo es y lo seguirá siendo, pero por encima de todo es una ciudad innovadora, inspiradora y rompedora a la vez que un crisol acogedor de todas las iniciativas que contribuyen a hacerla universal.

Barcelona también es la ciudad de los hermanos Baños y sus dos superproducciones más importantes del cine mudo español y de la primera película porno de España; la de los hermanos Belío Gracia, promotores de Belio-Graff, una de las primeras salas de exhibición de cine en Barcelona a comienzos del siglo XX; la de la familia Nicolau, que creó el Cine Nic, un proyector de dibujos animados doméstico que fue todo un éxito; la del magnífico cine criminal barcelonés que dio títulos tan importantes como Apartado de Correos 1001, de Julio Salvador (1950) o Brigada criminal de Ignacio F. Iquino (1950); la del movimiento de la Escuela de Cine de Barcelona con Jacinto Esteva, Joaquim Jordà, Carlos Durán, Jordi Grau o José María Nunes entre sus filas; la de la fundación del Círculo A, las salas de cine de arte y ensayo; la de Antoni Clavé que, en 1952, obtuvo la primera nominación al Oscar al mejor vestuario por la película El fabuloso Andersen; la de Néstor Almendros, el gran director de fotografía barcelonés que trabajó con Truffaut y Rohmer y ganó un Oscar por Días del cielo de Terrence Malick (1978); la del Video Instan, el primer videoclub del país; la de Costa Brava de Marta Balletbò-Coll (1995), la primera película peninsular que trató abiertamente el tema del lesbianismo; la de la empresa barcelonesa DDT Efectos especiales, que ganó un Oscar al mejor maquillaje por El laberinto del fauno de Guillermo del Toro (2006); la de los Estudios Grangel, responsables de algunas de las películas de animación más importantes en su género; la de Josep M. Queraltó y su colección de más de 20.000 piezas relacionadas con la técnica cinematográfica, la de la mítica revista Fotogramas; la de Alejandro González Iñárritu, Ken Loach, Whit Stillman, David Victori, Lluís Danés o Dani de la Orden y un sinfín más; la de los mil y un festivales de cine; y la que ve nacer cada día nuevas voces que buscan su propio lenguaje.

En esta época marcada por el virus, la del maldito Covid-19, hace años que algunas personas fuimos atacadas por uno de los pocos virus que tienen efectos beneficiosos para la salud: el virus del cine. Dejémonos pues contagiar por él, dejémonos cautivar por la gente que ha hecho de él su vida y por las transformaciones que grandes profesionales han hecho de Barcelona una ciudad de cine y motor de genios de inmenso talento, a veces, injustamente valorados.

Barcelona respira cine por los cuatro costados y cada uno de los fotogramas de las películas en las que aparece la ciudad como escenario lleva impregnado una gran parte de su arte y de su historia, como puede apreciarse en las 23 películas analizadas minuciosamente en este monográfico. Porque Barcelona sigue más viva que nunca y todavía quedan muchas Barcelonas por filmar.

Por Marta Armengou Escala . Directora del programa de cine La Cartellera de betevé

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