V.O 319. Hechos reales

La realidad siempre ha sido una de las mejores fuentes de inspiración para el mundo del cine. A lo largo de la historia han sucedido hechos tan dramáticos y repugnantes que el séptimo arte no se ha resistido a contarlos, a veces fielmente y en otras ocasiones con mayor libertad autoral. Desde sus inicios, hemos podido ver en la gran pantalla acontecimientos históricos, sucesos violentos y experiencias de la vida de personas con notoriedad social o artística. En este número dedicado a películas basadas en hechos reales hemos incluido recomendaciones sobre películas relacionadas con catástrofes humanitarias y naturales: Lo imposible (Juan A. Bayona, 2012), Titanic (James Cameron, 1997), y Tokyo Bordello (Hideo Gosha, 1987); guerras, exterminios, racismo…: El signo de la cruz (Cecil B. DeMille, 1923), Quo Vadis, Aida? (Jasmila Zbanic, 2020),Masacre: ven y mira (Elem Klimov, 1985), Tora! Tora! Tora! (varios directores, 1970), Odessa (Ronald Neame, 1974), Katyn (Andrzej Wajda, 2007), La venganza de Ulzana (Robert Aldrich, 1972), Generación robada (Philip Noyce, 2002), Persépolis (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, 2007) y El pozo de la angustia (The well, Russell Rouse y Leo C. Popkin, 1951); sobre asesinatos: Zodiac (David Fincher, 2007), Mi hija Hildegart (Fernando Fernán Gómez, 1977), El crimen de la calle Bordadores (Edgar Neville, 1946), Yo, Pierre Riviére, habiendo matado a mi madre, mi hermana y mi hermano… (René Aillo, 1976), El asesinato de la familia Borden (Craig William Macneill, 2018) y La ejecución (Lado Kvataniya, 2021); sobre huelgas y discriminación laboral: Dos días, una noche (Hermanos Dardenne, 2014), Pride (Matthew Waechus, 2014), Precy (Clark Johnson, 2020), The assistant (Kitty Green, 2019); y sobre acontecimientos paranormales: Expediente Warren: The Conjuring (James Wan, 2013).

Las películas basadas en la vida de personas influyentes están en un momento dorado. En los últimos años ha habido ocho biopics nominados a mejor película en la gala de los Oscar y cuatro de ellas acabaron con una estatuilla para actores principales o de reparto. En este número hemos incluido J.F.K.: Caso abierto (Oliver Stone, 1991), sobre el asesinato de John F. Kennedy, Kundun (Martin Scorsese, 1997), que destaca la niñez del decimocuarto Dalai Lama, Maixabel (Iciar Bollaín, 2021), que se centra en las entrevistas de Maixabel Lasa con las personas que acabaron con la vida de su marido, Spencer (Pablo Larraín, 2021), que cuenta la historia de un fin de semana crucial en la vida de Lady Di, y Elvis (Baz Luhrmann, 2022), la última película estrenada antes de escribir estas líneas, que explora la vida y música de Elvis Presley.

Como soy profesor de Ciencias, una de las películas basada en un hecho real que siempre ha estado entre mis favoritas es La herencia del viento (Inherit the wind, Stanley Kramer, 1960) -ya recomendada en Versión Original-, que se ocupa de un suceso ocurrido en el año 1925, más de medio siglo después de la publicación del libro El origen de las especies (On the origin of Species) de Charles Darwin. Un granjero y miembro de la Cámara de Representantes de Tennessee, John Butler, feligrés de la Iglesia Baptista Primitiva, redactó un proyecto de ley “prohibiendo la enseñanza de la Teoría de la evolución en todas las Universidades y todas las escuelas públicas de Tennessee, que estaban sostenidas por los fondos públicos escolares del Estado, y dictando castigos para sus infracciones”. El texto precisaba que sería ilegal “enseñar cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre como enseña la Biblia, y enseñar en su lugar que el hombre desciende de un orden inferior de animales”, estableciendo multas de entre 100 y 500 dólares para los infractores. El texto de Butler (Butler Act) fue aprobado por amplia mayoría por ambas cámaras de la Asamblea de Tennessee. El 21 de marzo de 1925 la ley quedaba ratificada con la firma del gobernador Austin Peay. Al difundirse la noticia de la norma aprobada en Tennessee, la Asociación de Libertadas Civiles Norteamericanas (ACLU) se ofreció para defender a cualquiera que fuera acusado de violar la Butler Act. El anuncio de la ACLU llegó al conocimiento de George Rappleyea, ingeniero y director de la Cumberland Coal and Iron Company en la pequeña localidad de Dayton, en Tennessee, logrando convencer a los líderes locales de que un juicio sonado situaría a Dayton en el mapa y revitalizaría su economía. Para actuar como acusado, Rappleyea persuadió a un profesor sustituto de biología de 24 años llamado John Scopes. La ACLU ofreció pagar los honorarios del defensor y eligió a H.G. Wells, el escritor de ciencia ficción autor de La máquina del tiempo y otros relatos fascinantes. Pero a Wells no le interesó. En realidad, el defensor surgió después de que se conociera quién iba a ser el fiscal. Las autoridades del pueblo consiguieron que William Jennings Bryan, un fundamentalista religioso, tres veces candidato a la presidencia de los Estados Unidos, asumiera la acusación a pesar de que no ejercía el Derecho desde hacía 30 años. Cuando se supo que actuaría Bryan, hubo un abogado que se propuso para la defensa. Era Clarence Darrow, de 70 años, el abogado más famoso del país. El juicio, que fue seguido por toda la nación gracias a un enorme despliegue de radio y prensa, acabó con John Scopes condenado a pagar una multa de cien dólares, pero un tecnicismo, que el importe fuera determinado por el juez y no por el jurado, provocó la revocación de la condena por el Tribunal Supremo de Tennessee. Sin embargo, la intención de la ACLU, que no era otra que lograr la abolición de la Butler Act, no se vio cumplida. Tardaría cuarenta y dos años en ser derogada, concretamente, el 18 de mayo de 1967. Durante todo ese periodo la ley permaneció en estado de hibernación, es decir, en vigor pero sin que tuviera consecuencia alguna en la práctica.  

En 1955 se estrenó la obra de teatro Inherit the wind (La herencia del viento), que recreaba el juicio a Scopes, lo que fue aprovechado por la ACLU para intentar de nuevo la derogación de la Butler Act. La respuesta de la oficina del gobernador fue negativa: la ley no se estaba aplicando y parecía poco inteligente reavivar la polémica. En 1960 llegaría la adaptación cinematográfica antes mencionada, protagonizada por Spencer Tracy y Fredric March, que obtuvo el Oso de plata a la mejor interpretación en el Festival de Berlín de ese mismo año. El fin de la llamada Butler Act, la ley contra la enseñanza de la evolución en las escuelas de Tennessee, fue tan curioso como lo había sido su comienzo, y como lo fue el famoso “Juicio del Mono de Scopes” que inspiró la película. 

Como ya he mencionado una de mis preferencias, termino sin resistirme a comentar que, en mi humilde opinión, la mejor película de la historia del cine basada en hechos reales es la obra maestra de Steven Spielberg,La lista de Schilnder. Que disfruten con y de la lectura.

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