V.O 324. el hogar
Muchas son las casas en las que nada más llegar te encuentras un felpudo, un cuadro o cualquier otro objeto de decoración en los que aparece la conocida expresión “Hogar, dulce hogar”. El origen de esta famosa locución se la debemos a la canción Home! Sweet Home!, cuya letra y melodía fueron compuestas, respectivamente, por John Howard Payne y Henry Rowley Bishop en el año 1823 para formar parte de la ópera Clari, or the Maid of Milan (Clari o la doncella de Milán). La canción, particularmente su estribillo, se hizo inmensamente popular en los Estados Unidos durante los años en los que duró la Guerra de Secesión (1861-1865), era cantada por ambos bandos y, curiosamente, la melancolía y la añoranza del hogar que suscitaba hizo que llegara a estar prohibida entre los miembros del Ejército de la Unión porque empezó a provocar un buen número de deserciones de soldados. Además, la famosa expresión no quedó solo en el ámbito musical, sino que Hogar, dulce hogar (Home, Sweet Home) fue también el nombre de un mediometraje mudo norteamericano del año 1914 dirigido por D. W. Griffith e igualmente el título para España de Room for One More (Norman Taurog, 1952), película protagonizada por Cary Grant y por su entonces mujer Betsy Drake, en la que interpretaban a Poppy y Anna Rose, quienes, con sus tres hijos, formaban una típica familia norteamericana que, a instancia de ella y con la aquiescencia de él, iban ampliando los componentes de su hogar familiar, adoptando dos niños con problemas y dando refugio a perros y gatos sin techo, en una meliflua y superficial comedia que defendía la importancia de la cohesión familiar para sobreponerse a las dificultades.
El hogar se cuela en todas las películas comentadas en este número de Versión Original, en el que vamos a encontrar distintos conceptos de morada y también diferentes formas de afrontar la vida familiar. En La familia (La famiglia, Ettore Scola, 1987) Victoria Aranda Arribas nos muestra cómo Ettore Scola, Ruggero Maccari y Furio Scarpelli dieron el papel principal a un espléndido piso burgués de principios del siglo XX para que sirviera de escenario a sus numerosos personajes. Pepe Alfaro nos habla de El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1957), el peregrinaje de un cabeza de familia para buscar un nuevo refugio para su prole. La presencia de las casas encantadas nos la aporta Juan Manuel Corral con La mansión de los crímenes (Peter Duffell, 1971), en este caso se trata de un caserón ubicado en el campo en el que un inspector de Scotland Yard tendrá que investigar y sufrir una serie de extraños sucesos que siempre impidieron a sus moradores disfrutar de un agradable retiro entre sus paredes. Doña Clara (Aquarius, Kleber Mendonça Filho; Brasil, 2016), la película elegida por Francisco Mateos Roco, nos traslada a un privilegiado apartamento en primera línea de una playa urbana cuya preservación se convierte para su dueña en el modo de aferrarse a sus raíces y a su modo de entender la vida. Adolfo Monje Justo nos invita a El baile (Edgar Neville, 1959), un viaje en el tiempo dentro de un elegante salón cuya decoración irá mudando desde el estilo modernista y recargado de su primer acto hasta la frialdad y la austeridad reflejo de una época poco o nada feliz. Escribiendo sobre Honeyland (Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, 2019), Manuel Pozo incide en la idea de que los territorios tradicionalmente en conflicto nunca pertenecen a los hombres que quieren sacar partido de ellos, sino a quienes cuidan de sus recursos, se adaptan a sus características y acaban por ser parte del paisaje. Pablo Pérez Rubio pone el acento en la polarización que se escondía tras ¡Bruja, más que bruja! (Fernando Fernán Gómez, 1976), en esos dos tipos de hogares que conformaban la representación popular de la España rural del franquismo: el de la familia arcádica henchida de los valores tradicionales y el otro repleto de vicios y degradación. La desaparición (Rubén Alonso, 2022) y, más en concreto, la perspectiva del enfermo que adopta la propia película le sirven a Laura Bueno González para evidenciar que el hogar, como espacio al que queremos pertenecer y en el que encontramos seguridad, solo se construye con sentimientos de amor y cariño; idea que también sobrevuela Encuentro en la noche (Fritz Lang, 1952), que además, como nos explica Iván Escobar Fernández, sustenta y articula su narración en torno al espacio que los hogares ocupan y sobre las acciones que en ellos acaecen. Pedro Triguero-Lizana nos señala que las tres partes que componen Llama un extraño (Fred Walton, 1979) guardan una simetría narrativa que apunta a ese inquietante designio de que todo parece estar condenado a repetirse. En La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001), su director se adentra en el género del drama y lo hace a través del perfil cotidiano de una familia del norte de Italia cuya unión se ve sacudida por un fatal accidente de uno de sus miembros, que, tal y como nos cuenta Tania Padilla Aguilera, será el conflicto que ponga a prueba las costuras del hogar. También a Italia, pero esta vez más al sur, nos conduce Bernardo Duarte Almeida con Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino, 2021), filme que atrapa a través de la nostalgia y de la ternura con la que su protagonista nos sumerge en el ambiente cohesionado y caótico de un hogar napolitano. El hogar del que se ocupa María Medina es el de Siempre hay un mañana (Douglas Sirk, 1955), que no es otro que el de la casa en una zona residencial que se erige en la imagen de un sueño americano no siempre dulce y apacible, como está dispuesto a demostrar el reencuentro con alguien del pasado. El mismo director es el escogido por Valeriano Durán Manso al comentar Escrito sobre el viento (Douglas Sirk, 1956), película que fija su vórtice en el hogar de una acaudalada familia texana en el que nos inmiscuimos para observar las relaciones entre sus integrantes. Siete torres (Joe May, 1940) nos zambulle en el gótico norteamericano de la mano de Raquel Abad Coll: corrupción, codicia y crueldad campan a sus anchas en una mansión que incluso parece padecer la maldición de un antiguo habitante. Los desastres domésticos y estructurales de la casa en la que dos enamorados pretenden asentar su hogar son los que sustentan la trama de Esta casa es una ruina (The Money Pit, 1986), la entretenida cinta seleccionada por Javi Aurre. Más retorcida es la historia de Hogar (Àlex y David Pastor, 2020), a la que nos lleva José Manuel Rodríguez Pizarro, donde alguien a quien la vida sonreía ve cambiar su suerte de forma súbita y toma la desacertada decisión de seguir frecuentando el hogar que ya ha dejado de ser el suyo. En The Florida Project(Sean Baker, EEUU, 2017) sus protagonistas no tienen una casa al uso, sino que viven y guardan todas sus posesiones en una simple habitación de motel, donde, como Ángeles Pérez Matas nos indica, se materializa una provisionalidad indefinida de aquellos que dudan de si algún día llegarán a disfrutar de una vida mejor. Diego J. Corral pone de manifiesto en su texto que Cerca de ti (Nowhere Special, Uberto Pasolini, 2020) sitúa la cámara fuera de los inmuebles para ofrecernos la visión del que mirando a través de sus ventanas siente la necesidad de intervenir en la vida de los que percibe atrapados tras el cristal. Rodrigo Arizaga Iturralde nos hace partícipes de la fuerte primera impresión que le causó Poltergeist: fenómenos extraños (Tobe Hooper, 1982), de la inquietud que le provocó ver una terrorífica historia de fantasmas en una casa convencional de un barrio que perfectamente podía ser la suya o la de cualquiera de nosotros. Santiago Sevilla Vallejo apunta la diferencia que va de una casa convertida en un infierno a otra en la que se encuentra refugio, que es la mudanza a la que se ven obligados la protagonista y su hijo en Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003). Al escribir sobre Uno más de la familia (A Dog’s Way Home, Charles Martin Smith, 2019), Isabel Riverol Plasencia nos recuerda que los animales domésticos también son los que forman los hogares y que, al igual que las personas, necesitan y buscan sentirse protegidos y queridos en ellos. Pedro García Cueto dedica su artículo a El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990), película en la que la inmensidad de los paisajes absorbe a unos protagonistas desplazados de su hogar y que difícilmente encontrarán el camino de regreso. El tormentoso fin que puede llegar a tener una familia es la base de la hipérbole sobre la que se construye La guerra de los Rose (Danny DeVito, 1989), combate entre dos cónyuges, ya más alejados que las dos habitaciones más distantes de su enorme casa, a cuya retransmisión se presta Jorge Capote. Y, por último, Francisco Collado cierra el monográfico con su texto sobre el legado como estética, el hogar como forma de vida y la tradición como afirmación de lo familiar y de la propia cultura, que son en definitiva las ideas que transmite la maravillosa Coco (Lee Unkrich y Adrián Molina, 2017).
Al terminar el viaje por lo doméstico que supone el desplazarse por las páginas de este ejemplar de Versión Original, la noción de fondo que deja es la ya sabida, incluso la ya reconocida legalmente, pero también la que probablemente encuentra más obstáculos en la práctica, de que todos los seres vivos del planeta Tierra deben tener un hogar y que lograr hacerlo posible es una lucha por la que nunca se hace lo suficiente. Que disfruten con y de la lectura.