V.O 338 PLAYAS
Como mi memoria es tan volátil como la arena de Zahara de los Atunes en un día de levante fuerte, les pregunto a mis hermanos qué edad teníamos cuando vimos por primera vez una playa abierta al mar. Según ellos, sería por 1975, cuando viajamos los siete miembros de la familia en un Seat Seiscientos a Isla Antilla gracias a un premio de ventas que ganó mi padre en su labor de agente comercial. Anteriormente ya habíamos visto algunas playas de interior en Extremadura y muchas en televisión en conocidas películas donde esos arenales en superficie casi plana fueron la ubicación de escenas icónicas de la historia del cine. Entre esos recuerdos cinéfilos está la famosa película De Aquí a la Eternidad (Fred Zinnemann, 1953), concretamente la escena de Burt Lancaster y Deborah Kerr besándose tumbados en la playa Waikiki en Hawái; o el final de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), que se rodó en la playa canaria de Cofete, un paraíso escondido en Fuerteventura, en la que Charlton Heston se arrodilla ante una Estatua de la Libertad semienterrada y en ruinas mientras las olas rompen en su trayecto hacia la playa.
En este estudio sobre “Playas en el Cine” recomendamos algunas películas donde la presencia de las riberas del mar, de un lago o de un río grande nos permitirá viajar por Francia, Buenos Aires, Australia, Estados Unidos, Italia, Ghana, Japón, España, Grecia, Fiyi y Trinidad y Tobago. Así, la filmación de Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019) tuvo lugar en las playas salvajes de Saint-Pierre-Quiberon en la región francesa de Bretaña; la de Ostende (Laura Cirarrella, 2011) en la ciudad balnearia de la costa argentina del Partido de Pinamar de Buenos Aires; y la de L´amour à la mer (Guy Gilles, 1964) en la ciudad costera de Brest, región francesa de Bretaña, donde la lluvia fría moja la arena gris de la playa. En Largo fin de semana (Colin Eggleston, 1978), un intento de resucitar su matrimonio en crisis lleva a la pareja protagonista a Bournda Beach, en la costa australiana de Nueva Gales del Sur, con la esperanza de que pasar unos días en plena naturaleza les ayudará a arreglar sus diferencias. Castillos en la arena (Vincent Minnelli, 1965) eligió sus exteriores cerca de la población californiana de Monterey. Una playa tan bonita (Yves Allégret, 1949), una de las historias más tristes y desesperanzadoras que cabe recordar en una pantalla de cine, nos muestra un reverso dramático de la imagen de una playa de la costa norte de Francia durante un invierno lluvioso. En El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2013), el deseo, el sexo y la muerte se entremezclan en una historia que transcurre durante un verano en la playa del lago de Sainte-Croix, en la región francesa de Provenza- Alpes-Costa Azul. Entre los protagonistas de Domingo de agosto (Luciano Emmer, 1950) tenemos a una familia de domingueros que van a pasar el día a la playa de Ostia, único municipio de Roma en el mar Tirreno. Son las playas que circundan el fuerte de Elmina en Ghana las que ofrecen las imágenes más bellas y sugerentes de la película Cobra verde (Werner Herzog, 1987). Las orillas de Japón que aparecen en El intendente Sansho (Kenji Mizoguchi, 1954) son escenarios de dolor o de presagios funestos, como el de la última vez que vemos alejarse al padre exiliado con su corte marchando junto al mar. En 1958, Otto Preminger rodó en la Costa Azul Buenos días, tristeza, en la que el paisaje exuberantemente azul de la Riviera se convierte en el protagonista, en ella el mar y el cielo irradian una placidez y una desidia veraniega que envuelven al espectador y le llevan a evocar todos los recuerdos de baños de sol y de mar de la más feliz de las adolescencias. En Novio a la vista (Luis García Berlanga, 1954), el maestro valenciano se permite licencias como la invención de un lugar ficticio, que llama Lindamar y que realmente se trata de Benicàssim. En El recuerdo de Marnie (Hiromasa Yonebayashi, 2014), una chica de doce años, solitaria e introvertida, viaja a la casa de unos parientes lejanos ubicada en un paraje rural de Hokkaido, segunda isla más grande Japón, con los que encontrará la felicidad superando las reticencias iniciales debidas a su timidez. En Una mujer en la playa (Jean Renoir, 1947), el teniente Scott Burnett (Robert Ryan), en su desempeño como miembro de la Guardia Costera de los Estados Unidos, conoce a Peggy Butler (Joan Bennett), una hermosa mujer casada que vive en una casa junto a una playa de Malibú. La hija oscura (Maggie Gyllenhaal, 2021) pretendía rodarse en Nueva Jersey o en algún sitio entre Cape Cod y Maine, sin embargo la pandemia cambió sus planes y le abrió una oportunidad con la que ni siquiera soñaba, la de filmar en la isla griega de Spetses, en el Egeo, cerca del Peloponeso. En Torremolinos 73 (Pablo Berger, 2003), el principiante autor de películas erótico-educativas, grabadas con su mujer para venderlas en los países escandinavos, decide escribir y rodar su propia película en la playa de Torremolinos. Cannes, Niza y Mónaco aparecen en Atrapa a un ladrón (Alfred Hitchcock, 1955) como la quintaesencia del buen gusto, ya que todos sus personajes, desde los protagonistas a los figurantes, van vestidos en perfecta consonancia con el espacio en el que se desarrollan sus escenas, incluso las de la playa, donde Gary Grant, Grace Kelly y los demás bañistas hacen un alarde de suprema elegancia. En la escena inicial de La niebla (John Carpenter, 1980) un grupo de niños, alrededor de una fogata en la playa de una pequeña localidad de California, escucha con inquietud el terrorífico relato que al filo de la medianoche cuenta un viejo marinero sobre un naufragio acontecido en aquel mismo lugar cien años antes. Le llaman Bodhi (Kathryn Bigelow, 1991) se destacó por el respeto y la autenticidad en la representación de la cultura del surf, ya que la directora y su equipo trabajaron estrechamente con surfistas locales de Waimea Bay (Honolulu, Hawái) para capturar la esencia de este deporte. Náufrago (Robert Zemeckis, 2000) se rodó principalmente en las playas deshabitadas de isla de Monuriki, al norte de Fiyi, y su filmación se prolongó durante más de un año debido a que el equipo de producción tuvo que parar ocho meses las grabaciones para que Tom Hanks bajara de peso por exigencias de su personaje. Este muerto está muy vivo (Ted Kotcheff, 1989) nos lleva a una zona muy lujosa de Los Hamptons en la costa de Long Island (Nueva York). Y, finamente, la película Sólo Dios lo sabe (John Huston, 1957) nos traslada a la actual república de Trinidad y Tobago, donde se encuentran algunas de las playas más hermosas del mundo. Que disfruten con y de la lectura.