V.O 342 TERROR

El terror es probablemente el único de los géneros cinematográficos clásicos que sigue plenamente vigente en la actualidad, con una persistencia que resulta fácil descubrir cada semana en la cartelera de los estrenos comerciales. Sus temas, códigos, personajes, ambientes, recursos y efectos han evolucionado adaptándose a la transformación social y cultural, pero su presencia sigue siendo inagotable, quizá porque apela a un sentimiento tan primario y epidérmico como es el miedo a lo desconocido. Si permanece, resiste y persiste es porque las nuevas generaciones siguen buscando sensaciones que inciden no solo sobre las emociones, también sobre aspectos puramente físicos. Esa es la gran baza de este tipo de películas: buscan provocar pesadillas, pánico, inquietud, ansiedad, estremecimiento, angustia, agobio…, muchas veces asociados a momentos de incertidumbre social y miedos colectivos.

Este miedo ha acompañado a la Humanidad desde sus mismos orígenes, y probablemente algunas pinturas prehistóricas ya buscaban, de alguna manera, exorcizar temores ciertos. Como género cinematográfico, las raíces parten de la imaginería del Romanticismo y de la literatura gótica, a partir de mitos y temas extraídos de la tradición medieval y de tonalidades del pesimismo aciago del Barroco. Clásicos del siglo XIX como Frankenstein (Mary Shelley, 1818), Drácula (Bram Stoker, 1886) o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert L. Stevenson, 1886) ya conocieron adaptaciones en los orígenes del cine, antes de finalizar la primera década del siglo XX. Pero será el expresionismo alemán el que otorgue el primer sello de identidad al género gracias a los títulos seminales El gabinete del doctor Caligari(Robert Wiene, 1920) y Nosferatu (F.W. Murnau, 1922). De hecho, es fácil rastrear su influencia estilística en la eclosión de terror inicialmente capitalizado por la productora hollywoodense Universal Pictures a partir de 1931 con Drácula (Tod Browning) y Frankenstein (James Whale), cuyo inesperado éxito permitió conjurar el estado de bancarrota que acechaba a la empresa, además de llevar a otras majors a intentar aprovechar el filón. En este contexto hay que situar la producción MGM Muñecos infernales (Tod Browning, 1936), de la que nos habla María José Agudo. 

En la industria norteamericana de los años cuarenta sería el productor independiente al servicio de RKO Val Lewton quien haría virtud de la escasez, transformando mediante el talento la limitación de recursos en un carácter propio descrito a base de elipsis y del juego con el espacio en off, estableciendo los cimientos del terror psicológico, sin llegar a mostrar la amenaza provocaba en el cerebro del espectador una conmoción a base de sugestión e insinuaciones. De aquí nace una de las variantes más productivas del terror. De hecho, muchos de los títulos que el lector de Versión Original encontrará en las páginas que siguen beben directamente en la fuente inaugurada por el visionario Lewton. Blanca Rodríguez nos presenta Repulsión (1967), la obra de terror sobrenatural y demoniaco que inscribió el nombre de Román Polanski en el panorama internacional. Por su parte, Francisco Collado nos acerca a un título que ha adquirido el aroma de un filme de culto, Amenaza en la sombra (1973), una de las interpretaciones destacadas del camaleónico Donald Sutherland, recientemente desaparecido. Otras conmutaciones de terror psicológico en las manifestaciones más variopintas las encontramos en títulos como Al final de la escalera (de la pluma de María Medina), La posesión (Bernardo Duarte), El cabo del miedo (Roberto Penas), La cura del bienestar (Javi Aurre), Pearl (Diego J. Corral) y Longlegs (José Manuel Rodríguez Pizarro). Por su parte, Pepe Alfaro nos propone una sesión doble a través de las dos versiones de Speak No Evil, firmadas por Christian Tafdrup (2022) y James Watkins (2024), que en España se estrenó como No hables con extraños.

En la segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX la productora inglesa Hammer Film -sobre todo gracias al trabajo del maestro Terence Fisher- recuperó el terror gótico para, aprovechándose de cierta permisividad en la representación de la violencia y el sexo, dar colorido a los monstruos popularizados por la Universal, con un éxito formidable que convirtió en estrellas a algunos de sus intérpretes. Entre su vasto corpus de criaturas tétricas recuperamos dos títulos representativos de la empresa conocida como “la casa del miedo”: El experimento del Dr. Quatermass (Guillermo Triguero) y El cerebro de Frankenstein (Pedro García Cueto). 

Las mil caras del miedo ofrecen otros tantos perfiles sombríos, tétricos, en diferente gradación. Desde el cine centrado en posesiones diabólicas que encontramos en La leyenda de la mansión del infierno (Raquel Abad), El príncipe de las tinieblas (Rodrigo Arizaga) o Maligno (Jorge Capote) a las variaciones con un toque sobrenatural con que nos podemos tropezar en las cuatro historias ambientadas en el lejano oriente que descubre El más allá (Francisco Mateos Roco). Como se puede ver, los elementos fantásticos forman parte de la misma esencia del género desde sus orígenes, sin apenas concesiones para el amor, como deja patente la inmortalidad que sufre el protagonista de Entrevista con el vampiro (Tania Padilla). Claro que en ocasiones también nos ofrece matices alegóricos sobre asuntos más cotidianos, como sucede en Lamb (Ángeles Pérez Matas) o Déjame salir (Clara Bravo), con ese tono irónico que le da un ligero aire de comedia. Tampoco faltan ejemplos que nos acercan a otras variantes conocidas como slasher (asesino en serie con un objeto afilado a la caza de víctimas jóvenes) en Navidades negras (David Alcázar), o bien a una mutación más moderna denominada body horror, cuyas obras se caracterizan por ofrecer una plasmación visual del terror causado por la transformación, degradación, degeneración o destrucción del cuerpo biológico; es lo que podemos encontrar en Swallow (Laura Bueno).

En nuestro país, algunas producciones empezaron a insertar elementos fantásticos a partir de los años sesenta, pero es a partir del siguiente decenio cuando nombres como Paul Naschy, Jorge Grau o Armando de Ossorio establecen las bases del fantaterror español, que combinaba el erotismo con la explotación de temáticas y personajes de películas de éxito. Destaca especialmente el nombre de Narciso Ibáñez Serrador, con una escueta obra reducida a solo dos títulos: La residencia (Adolfo Monje) y ¿Quién puede matar a un niño? (Juan Luis Montoussé), oportunamente referenciadas en este número. Por su parte, las dos últimas películas de Santos Alcocer probablemente figuraron entre las empresas más peculiares del género en nuestro país, contando con estrellas de talla internacional. Pablo Pérez Rubio desentraña El coleccionista de cadáveres, en cuyo cosmopolita reparto figuran el británico Boris Karloff, el francés Jean-Pierre Aumont, la sueca Viveca Lindfors y la mexicana Rosenda Monteros. Por su parte Musarañas (Paula López), La abuela (Victoria Aranda), Todos arderán (Sofía Otero-Escudero) y La mesita del comedor (Manuel Pozo) nos completan una panorámica bastante representativa de las ramificaciones ý mixtificaciones que ha tomado el último terror español.

Pepe Alfaro

Pablo Pérez Rubio

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