
V.O 347 ERRORES
Si damos por supuesto y válido que errare humanum est (frase atribuida a Séneca, pero al parecer apócrifa), el error debe inevitablemente formar parte de todas las actividades humanas, incluidas por supuesto las artes, y con la conocida excepción del pontífice romano cuando habla ex cathedra, que resulta, supuestamente, infalible. Existen los errores de concepto, de apreciación, de base, judiciales, de medición, de aproximación, de cálculo, morales, de diagnóstico, arbitrales; hay lapsus linguae, erratas tipográficas, fallos de memoria, yerros exógenos y fallos multiorgánicos. La vida está basada en los errores, y la historia está plagada de ellos: el que acabó con la vida de César en el Senado en el 44 a.C., el que permitió el descubrimiento o conquista de América por parte de Colón, la construcción del campanario de Pisa (que se comenzó ya a inclinar antes del fin de su construcción), el hundimiento del Titanic, el uso terapéutico de la cocaína… En la equivocación (unas veces involuntaria, otras no tanto, otras simplemente inconsciente) se fundamentan las guerras, los deportes y los juegos, así como cualquier actividad que requiera estrategia o trabajos sobre hipótesis (la política, la ciencia, el amor) o muchos de los desastres que han asolado a la humanidad, tanto de manera directa (incendios, accidentes, cambios climáticos, explosiones nucleares) como indirecta (consecuencias provocadas por errores humanos tras terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, danas, etc.).
El concepto de error ha sido abordado por la filosofía, por las religiones, por la psicología, por la ciencia… Según bajo qué disciplina y en qué época se haya tratado se hablará de malas praxis, de pecado, de caída o falla, de fallo de control o de desacierto. Y la RAE ofrece este amplio catálogo de sinónimos del error, que desvela un gran número de matices: equivocación, desacierto, yerro, fallo, confusión, equívoco, errata, falta, disparate, inexactitud, descuido, desliz, falsedad, mentira, falla, erro y paseada. Pero hay un libro capital que marcó los límites del estudio de los errores humanos, Psicopatología de la vida cotidiana, que Sigmund Freud publicó en 1904, en el que acuñó el término “acto fallido” para referirse a las constantes equivocaciones del ser humano, que el vienés atribuyó no al azar sino a la intervención de ideas inconscientes, esos actos involuntarios que hacen aflorar lo que el ser humano se reprime a sí mismo: olvidos, lapsus verbales, extravíos de objetos, equívocos, falsos recuerdos y confusiones.
Es curioso, porque si hay un arte que arranca precisamente en Freud y ha plasmado de manera asombrosa los flujos del inconsciente en sus representaciones, ese es el cine. A ambos conceptos (el cine y el error, juntos, revueltos) dedica Versión Original este número, que los aborda desde múltiples puntos de vista y tonalidades. Hablando de los actos fallidos o deslices freudianos, es lógico y natural que no pocos de los textos que componen este Versión Original se inscriban en los géneros que mejor desvelan las actitudes infantiles en adultos y los deseos inconscientes de destrucción y de subversión social y jerárquica. El lector encontrará aquí comentarios sobre comedias y películas cómicas en textos a cargo de Guillermo Triguero (El tenorio tímido, de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, con Harold Lloyd), Paula López (Enredos en cadena, de Patrick von Krusenstjerna y Pontus Löwenhielm), Diego J. Corral (El peor equipo del mundo, de Taika Waititi), Carlota C. Vioque (El guateque, de Blake Edwards), Clara Bravo (¡Olvídate de mí!, de Michael Gondry), Marcos Oteiza (Bianca, de Nanni Moretti) y Pablo Pérez Rubio (Lío en los grandes almacenes, de Frank Tashlin -y Jerry Lewis-). En ellas veremos en la práctica la teoría de Aristóteles que, 23 siglos antes que Freud, y en su Poética, definió la comedia como “imitación de personas de inferior calidad, pero no de cualquier especie de vicio, sino solo de lo risible, que es una variante de lo feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad, sin dolor ni perjuicio, y así, por ejemplo, la máscara cómica es algo feo y deforme, pero sin dolor”.
Los colaboradores de la revista se hacen eco también de otro tipo de error, el que viene provocado por las desigualdades sociales, las injusticias y el ejercicio abusivo del poder. Es el caso, por ejemplo, de Adolfo Monje, que se pregunta si es la invención de la bomba atómica el mayor error de la historia de la humanidad (Oppenheimer, de Christopher Nolan); de Pedro Triguero-Lizana, que se basa en Ladybug Ladybug (dirigida por Frank Perry) para -en relación con la anterior- rememorar el miedo en la era de la Guerra de la Fría a un posible ataque nuclear (¿simulacro, error, realidad?); o de Manuel Pozo, que aborda el relato de un supuesto holocausto nuclear en Inglaterra tras un intercambio de misiles entre las dos grandes potencias americana y soviética (Threads, de Mick Jackson). En otros terrenos se vuelcan los textos de Blanca Rodríguez, que reflexiona sobre los trastornos alimenticios de la adolescencia contemporánea (Club Zero, de Jessica Hausner); de José Manuel Rodríguez Pizarro, que habla de la homofobia y los clichés sociales como errores colectivos (Close, de Lukas Dhont); de Teresa Cascón, que hace lo propio con la pena de muerte en el régimen teocrático iraní (La vida de los demás, de Mohammad Rasoulof); de Jorge Capote, que aborda la codicia provocada por la pobreza y la miseria estructurales (la aceptación de un soborno en La espera, de F. Javier Gutiérrez); de Ángeles Pérez Matas, que evoca el interesado error policial del niño equivocado en El intercambio, de Clint Eastwood; o de Andrés Zaplana, que analiza la historia de una “fatal equivocación”, la de los dos inocentes que son confundidos y asesinados en la Polonia de 1945 (Cenizas y diamantes, de Andrzej Wajda). Muchas de las películas citadas están basadas, como reza la habitual leyenda de los créditos iniciales, en hechos reales. Aún más humanos, pues.
En una publicación tan heterogénea como Versión Original caben también las miradas hacia los grandes errores históricos. Es el caso de la reciente Napoleón (Ridley Scott) y la más clásica La última carga (Tony Richardson); en la primera, Roberto Penas aborda el personaje universal bajo el prisma de una biografía basada en aciertos y errores. En la segunda, Pepe Alfaro selecciona un estupendo filme británico como ejemplo máximo del (histórica y fílmicamente abundante) error militar. Y la vida privada y emocional de las personas es también sujeto y objeto, como se dijo, de grandes yerros; de ellos, en el cine, se ha ocupado bien el melodrama, como bien muestran en las páginas que siguen Valeriano Durán (Vidas borrascosas, de Mark Robson, pionera de muchos seriales televisivos posteriores) y Pedro Carracedo (la excelente y enigmática película taiwanesa Millennium Mambo, de Hou Hsiao-Hsen). Dos autores más exploran la acción criminal de sendos asesinos en serie como “errores” de la psique humana: son Raquel Abad (la británica La silla vacía, de Lewis Gilbert) y Francisco Mateos Roco (la reciente El asesino, de David Fincher). Finalmente, Rodrigo Arizaga ofrece al lector un comentario sobre un autor literario que podríamos considerar como el epítome de la narración de los más absurdos errores de la vida contemporánea: Franz Kafka (El proceso, de Orson Welles).
Como actividad humana, demasiado humana, el propio cine también comete errores, gazapos, anacronismos, inexactitudes históricas, invenciones varias y fallos de raccord. De ellos se ocupa Francisco Collado en el suplemento especial, que elabora un suculento catálogo de yerros histórico-fílmicos: relojes de muñeca o libros encuadernados en películas sobre el mundo romano, los ojos azules de Cleopatra, la convivencia coetánea de dinosaurios y humanos, imprecisiones lingüísticas e idiomáticas, ropajes y uniformes inadecuados para las épocas de referencia, catalejos medievales, etc. Sin olvidar los fallos de continuidad que tanto han irritado y, a veces fascinado, a los cinéfilos. Errare cinematographicum est!.
Completamos ahora la cita del comienzo, tal como ha llegado a nosotros: “errare humanum est, sed perseverare diabolicum, es decir, “errar es humano, pero perseverar (en ese error) es diabólico”. Y la rematamos con otra, esta del gran poeta inglés Alexander Pope, que dice: “Errar es humano, perdonar es divino, y rectificar es de sabios”. Entonces: ¿para cuándo un Versión Original sobre “Rectificaciones”? Atentos.
Pablo Pérez Rubio